Queridos electores:
Igual que se dice de un soldado que “el valor se le supone”, a los políticos se nos supone la vocación de servicio público, sin esperar nada a cambio. De hecho, un gestor público tiene que escuchar a los vecinos y recibir críticas, las buenas y las malas, para mejorar y aprender. Nunca se para de aprender.
Lo cierto es que la inmensa mayoría de las ocasiones en que un vecino se ha dirigido a mi como alcalde -y ahora, como candidato- lo ha hecho con educación y muchas veces, incluso con cariño.
Ayer volvió a pasar. Se me acercó una señora mayor y mientras me saludaba afectuosamente, me preguntó si iba a quedarme en Tres Cantos. Yo empecé a explicarle que, por supuesto, mi intención es esa y que, si los madrileños deciden que me convierta también en diputado autonómico, podré defender aún mejor los intereses de los tricantinos, aquí y donde me encuentre. Pero ella me interrumpió diciéndome que eso ya lo sabía, pero que andaban diciendo por ahí que si me iba y que eso le daría mucha pena, porque me había cogido cariño.
Muchos creen que los políticos sólo damos abrazos en campaña para ganar votos, pero yo le pedí permiso para darle un abrazo y agradecerle el gesto de corazón.
No hay nada que pueda superar el cariño de los vecinos.
Es el mejor regalo.