Amistades peligrosas

Existe un argumento común, explicado por los medios que sirven de agencia del Gobierno central, por el que se pone fecha al fin a la antigua Cataluña que se abre a otra más normalizada, menos dividida y secesionista.

Fue el pasado jueves 8 de agosto el día en que todos fuimos testigos de un esperpento que produce humillación y dolor. El bochornoso espectáculo, no solo fue oficiado por el experimentado prófugo Puigdemont, sino también por los dirigentes de los Mossos d´Esquadra, por el Ministerio del Interior y por los responsables del Centro Nacional de Inteligencia.

La navaja de Ockham establece que la explicación más simple y suficiente es la más probable. Aquel día los periodistas pudieron acercarse a centímetros del expresidente catalán y grabarle en un escenario autorizado por el propio Ayuntamiento socialista de Barcelona para la ocasión. El escapista, que ya dejó que sus compañeros supieran lo que es la sombra de la prisión mientras él escapaba en el maletero de un coche para vivir en su residencia de Waterloo, volvió a mofarse en las barbas de aquellos que debieron creer en su palabra.

No cabe otra explicación para la laxitud del comportamiento de los Mossos y de los responsables del Ministerio del Interior y del CNI que la existencia de un acuerdo para que todo tuviera un aspecto de orden y prudencia en mitad del delirio. Ahora tiene el aroma de un posible delito de pasividad colaborativa. Todo exige todavía muchas explicaciones.

Todo previsto en el guion, incluso una pactada suspensión del pleno de investidura si Puigdemont era detenido. No fue así y como entró volvió a salir de España con una orden de captura que fue obviada por quienes tienen la obligación de hacerla efectiva. Ese ridículo provocó lo que nadie esperaba: la elección de Illa como presidente de Cataluña en un tiempo impensable, mientras el único ministro de guardia disfrutaba de los Juegos Olímpicos. Un Gobierno premeditadamente silencioso y unos portavoces mediáticos saludando gozosos el nuevo tiempo de normalidad: un cerrojazo al ciclo independentista, lo llamaron.

Dijeron, además, que con las nuevas políticas progresistas llega el tiempo de la recuperación. Olvidan que Barcelona y Cataluña ya saben lo que son y lo que hacen aquellos que hablan en nombre del progreso. Illa y Sánchez llevan a la espalda la mochila con la que cargan el peso de la amenaza, allí y en la Carrera de San Jerónimo.

Y eso es lo verdaderamente grave. Pedro Sánchez salva las bolas de partido a base de ofrecer hasta lo que no puede ni debe. No parece que el Gobierno pueda sacar adelante la financiación singular que ha prometido y, por otro lado, el cabreo del prófugo puede paralizar la elaboración de presupuestos y leyes que el PSOE necesita para su gestión en Madrid. Si hay paz en Barcelona, tendrá guerra en Madrid, y pronto tendrá la rebelión de todos, incluida la de su partido.

Cuando el PSOE de Tres Cantos me pide que no utilice mi posición institucional para defender lo que, según dicen son intereses del partido, en realidad pide que me calle. No lo voy a hacer porque defiendo lo que considero mejor para mi ciudad. Si la caja común es la que es y de ahí saldrán recursos de todos para Cataluña, tanto Madrid como los ayuntamientos estaremos concernidos. Y cuando dice que mire a mi partido, en explicación párvula del rechazo al techo de gasto propuesto por el PSOE como un trágala, es porque solo le cabe la réplica del “tú más”.

Ese sentido institucional me lleva a agradecer a algunos presidentes y líderes territoriales socialistas que hayan alzado la voz contra estos y otros acuerdos de su líder porque todos sabemos que es muy difícil decirle al rey que va desnudo.

Por el contrario, el PSOE de Tres Cantos, sumido en permanentes purgas internas, ha seguido al dictado el argumentario oficial. Cuando en sesiones plenarias se les llene la boca de apelar a la “solidaridad” deberían pensar que lo mejor sería pasarle la factura a su hermano mayor, el mismo que enterró el principio que nos hace a todos los españoles iguales. Todo el mundo sabía que las de Sánchez son amistades peligrosas.