Durante este mandato que llega a su fin, hemos querido realizar el más intenso de los esfuerzos para conseguir que de toda situación compleja obtengamos una oportunidad. La pandemia, la guerra en Ucrania, la crisis de abastecimientos, los fenómenos meteorológicos nos han puesto a prueba. Y lejos de minimizar su alcance y sus terribles consecuencias, nos pusimos a trabajar de manera urgente. En unos meses pusimos planes de impulso a la economía, el empleo y a la urgencia social. Lo hicimos con el apoyo de todas las fuerzas políticas y de los agentes económicos y sociales más importantes de nuestra zona. A la hora de hacer balance, hemos logrado la mayor inversión de la administración local tricantina en sus 32 años de vida.
Ese ímpetu, que debemos a la participación de todos, pero especialmente de los trabajadores municipales, ha creado una onda expansiva que ha sido percibida por los sectores productivos y de inversión. Como titulaba algún medio, recogiendo la frase de un importante empresario, “Tres Cantos está de moda”.
Lo está por su calidad de vida, por su estabilidad institucional, por la capacidad creativa, el esfuerzo de su gente y por la seguridad que proporciona a quienes piensan extender o lanzar sus proyectos una ciudad llamada ya, irremediablemente, a liderar los nuevos procesos productivos de nuestro país.
Para abordar los desafíos e incertidumbres que traen la innovación, necesitamos inteligencia, y la tenemos; necesitamos empresas fuertes, y las tenemos; necesitamos un proyecto, y lo tenemos; necesitamos consenso, y lo buscamos.
Todo aquello que se pueda automatizar en la producción se hará. Es por ello por lo que tendremos que pensar en los nuevos valores que han de regir el mercado. Hablo de valores que tienen que ver con el hecho de cómo debemos repartir la riqueza. Tendremos que establecer un consenso social que haga posible el aprovechamiento de los infinitos recursos que nos plantea la tecnología pero que puede ahondar en desigualdades que hagan inviable el futuro en paz.
El pasado 1 de mayo vi una celebración del día del trabajador politizada, anclada en viejos ritos llenos de añoranzas. No escuché reflexión alguna que integrara a los empresarios como generadores de empleo, no tuve la sensación de que estuvieran representados los tres millones y medio de autónomos que hay en nuestro país. Volví a ver la misma simbología arcaica, las fotos de pasarela llena de cinismo entre enemigos íntimos.
Llega el momento de pedir con voz firme que el progreso es un tren que circula a gran velocidad. Si no encontramos la manera de subirnos a él, con respeto a los derechos y libertades de todos, nos arrollará.
Desde nuestra posición humilde y con las herramientas de una ciudad atrevida y en permanente cambio, nuestro sueño de mejorar económica y socialmente es una tarea que encabeza el listado de nuestras responsabilidades.