En cualquier rincón del planeta miles de millones de personas, católicos y no católicos, creyentes o no, conocimos esta semana la elección de un nuevo Papa.
El mundo entero sabe que la figura del líder de la Iglesia católica tiene una relevancia que trasciende el ámbito de la religión, puesto que se trata de mucho más que el jefe de un estado o la cabeza visible de cualquier confesión.
Por decirlo de una forma adaptada a la época que vivimos, al Papa se le podría considerar el influencer con mayor número de seguidores, sin necesidad de Redes Sociales. Aunque precisamente la elección del nuevo pontífice, al igual que el fallecimiento del Papa anterior, hayan sido trending topic en la mayoría de ellas y el pontificado de Francisco haya supuesto la transformación digital del Vaticano.
Siempre que ha habido un nuevo Papa se ha producido esa expectación mundial, pero es verdad que vivimos momentos especialmente delicados por muchas razones: guerras y conflictos que se perpetúan en el tiempo, provocando a su vez hambrunas y éxodo de refugiados, líderes políticos con una ambición personalista y de poder territorial que nos recuerdan a otros del pasado, de trágicas consecuencias, etc.
Ciertamente, a León XIV no le espera un pontificado fácil, aunque sólo sea por las esperanzas que todos esos millones de personas de buena fe tenemos puestas en él como líder estratégico. Precisamente, esperanza fue una de las palabras elegidas por el Santo Padre en su primera alocución como Papa. Y junto a ella, paz. Una paz que deseó a todos, sin distinción, y en todos los lugares.
Ojalá que quienes tienen en su mano el poder y la capacidad de poner freno a tantas calamidades, se sientan influenciados por las palabras de León XIV y hagan lo necesario.
Al menos, contar con su incuestionable apoyo, es el mejor comienzo posible. Si además en sus tareas cotidianas durante un pontificado que esperemos sea largo y fructífero, puede mediar y contribuir a que se suavicen las relaciones entre contendientes, miel sobre hojuelas.
En el momento justo en que los miles de personas reunidas en la Plaza de San Pedro del Vaticano empezaban a ver la fumata blanca, una gaviota atendía a su polluelo junto a la chimenea más famosa del mundo. La escena familiar puso la nota de ternura a un momento tan trascendente. Muchos quisieron ver en ella un simbolismo que también refleja esa paz que todos ansiamos y el mundo necesita, hoy más que nunca.