La calidad política

Uno de los valores esenciales que debe tener la política es la ejemplaridad. Quienes nos empapamos del espíritu de la transición hacia la democracia, nos sentimos contagiados por un estímulo positivo. Había un objetivo social común, compartido por una sociedad que se sentía animada a buscar su propio cambio. Se estaba construyendo un nuevo edificio institucional que requería del esfuerzo de todos sabiendo, de antemano, que supondría un esfuerzo de tolerancia y comprensión.

El año pasado, un estudio del diario The Economist desatacaba que España había caído en el escalafón de la calidad democrática. Pasamos de ser una democracia plena a una de carácter defectuoso como consecuencia de los bloqueos constantes de las instituciones; bloqueos producidos por la incapacidad de buscar espacios comunes.

La discrepancia ha dejado de ser la consecuencia lógica de las diferentes maneras de entender nuestro proyecto social, se ha convertido en el escenario de reyertas constantes que vemos reflejadas en las redes sociales o, incluso, en las sedes de representación.

A lo largo del último mandato hemos asistido atónitos en Tres Cantos a la celebración de lo que se han denominado “plenos alternativos”. Se han celebrado en el Salón donde acuden los vecinos que decidieron en 2019 cómo debía ser su composición. Se argumentó como razón la existencia de un reglamento de funcionamiento que limitaba derechos cuando, en realidad, buscaba el fomento del debate de manera más ágil, rigurosa y ordenada.

Quizás convenga destacar que ese reglamento fue aprobado con los votos de los grupos popular y socialista; es decir, por 15 de los 21 concejales. Del mismo modo, siempre estuvimos abiertos a su reforma sin que llegaran propuestas consensuadas por quienes lo criticaban: les servía de razón para el discurso del desencuentro.

Otro dato: la mayor parte de las mociones presentadas por los grupos de oposición han sido aprobadas en un mandato que, a pesar de todo, ha estado salpicado por frases cínicas, corrosivas, cuando no soeces.

Si las actitudes positivas son contagiosas, también lo son las negativas. Quienes destruyen generan desaliento y fomentan con su discurso la idea de un desastre general, a pesar de que, cuando les ilumina el sentido común, reconocen que nuestra ciudad es ejemplar en muchas cosas. Lo es gracias a todos y en nombre de todos: es la fuerza de la razón y de la palabra. Debemos seguir imponiéndonos la recuperación de las formas por el bien común.