La realidad

El 30 de junio de 1930, en Gastonia, una localidad de Carolina del Norte nacía el afroamericano Thomas Sowell. Fue dado en adopción a su tía con la que creció en Harlem con las dificultades que le llevaron a abandonar la escuela de secundaria de Stuyvesant. A los 28 años consiguió licenciarse con honores, magna cum laude, en la Universidad de Harvard para, un año más tarde, conseguir una maestría en la Universidad de Columbia. En 1968 obtuvo su doctorado en Economía por la Universidad de Chicago.

En 1980, Sowell comenzó a trabajar en la prestigiosa Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Hoy tiene 92 años y el bagaje de libros que son referencia para un modelo de entender la economía. Al inicio de sus investigaciones el economista era un partidario de la teoría marxista. Con el tiempo, a Thomas Sowell le preguntaron qué le hizo abandonar la extrema izquierda. Su respuesta fue: la realidad. Hoy es un liberal-conservador y un firme opositor de las políticas de discriminación positiva.

Showell nos ha venido alertando del problema que supone la confusión entre el pensar y el sentir “por no saber qué pensar”. A él debemos una frase que cobra en la actualidad todo su significado: «no hay negocio más lucrativo que luchar por derechos que ya se tienen en nombre de opresiones que no existen con el dinero de aquellos a los que se califica de opresores». El economista cree más en un marco institucional en el que se garanticen las libertades individuales, el respeto a normas de tipo moral y la igualdad ante la ley, que en la corrección de las desigualdades a través de las élites políticas,

Nos hemos ido acostumbrando a recibir con pasividad mensajes apocalípticos, consignas que se realizan sin un pensar reflexivo. Los partidos que tenemos la responsabilidad de gobernar debemos mirar al futuro siendo conscientes de la trascendencia de nuestras decisiones de hoy. El verdadero valor de la política no estriba en perpetuarse en el poder ni en negar el cambio. Debe cimentarse en el proyecto social, en la condición que nos mueve como personas que viven, interactúan y sienten en comunidad.

Sólo desde la libertad y el respeto con el que conseguir el mayor bien común posible se puede avanzar hacia una sociedad más justa, igualitaria y socialmente responsable.

La estupidez de circunscribir problemas esenciales a una visión estrecha del mundo sólo puede llevar al conflicto. Lo extremos se tocan y en ellos reside la melancolía de que todo pasado fue mejor. No nos dejemos ahogar por los inmovilistas radicales: el progreso sólo es posible gracias al conocimiento de generaciones que nos han hecho ser mejores hoy que en el pasado.